Sobre la normalidad

Normal: 3. adj. Dicho de una cosa: Que, por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano.
Real Academia Española, http://lema.rae.es/drae/?val=normalidad

Este asunto de la normalidad es una cosa que siempre me ha puesto a pensar en nuestras definiciones de bueno o malo. Si hubiéramos nacido hace ochenta años, habría sido absolutamente normal casarnos con quienes nuestros padres hubieran elegido. Y probablemente (como mi abuelita) no seríamos mayores de veinte antes de casarnos. Incluso casarte a los 15 habría sido perfectamente normal. Hoy nos asustaría ver una niña de 15 casada con un señor de 35 o 40. 
En muchas sociedades, hace tan solo 60 años casarte con alguien de raza negra era ilegal. O abandonar a tu hijo en la puerta de una iglesia o encontrar un niño tirado en un parque y criarlo como tuyo no tenía nada de malo. Era absolutamente normal. 
Sin ir más lejos, continuar con un matrimonio abusivo, permitir el maltrato físico o psicológico, o la absoluta indiferencia, era lo más normal hace sólo 40 años. Y que todos tuviéramos el mismo credo y la misma forma de entender la vida y el mundo, era normal y hasta obligatorio hace poco más de 20 años en este país.
¿Por qué, si ha pasado tanta agua bajo el puente, seguimos insistiendo en que lo normal es lo correcto? ¿Acaso que tus padres te golpearan o te pusieran castigos denigrantes debería seguir siendo normal, sólo porque parecía funcionar? Después de años de investigación frente al peligro del cigarrillo, ¿volveríamos a fumar frente a nuestros hijos porque eso es lo normal? Entonces, ¿Por qué insistimos en el asunto de la familia tradicional, cuando es lo menos normal que existe? Conozco muchas parejas que continuaron juntas sólo porque era lo correcto, pero dónde existían abusos, violencia, indiferencia, dolor. Dónde los hijos crecieron en un ambiente triste, cargado de los conflictos de los padres, sólo porque estos no tuvieron el valor de decir "no más" y prefirieron continuar con la fachada de normalidad. 
Es cierto: dos madres o dos padres no son una familia normal. Tampoco garantizan una familia feliz, o una infancia normal para los niños que hagan parte de esa familia. Pero es que nada lo garantiza. Así como nada garantiza ser homosexual o heterosexual. O ser médico, abogado o escritor. 
Lo único que nosotros podemos y debemos garantizar como sociedad, como adultos, como especie, es que los niños y niñas puedan crecer rodeados de amor, de herramientas para educarse, de la posibilidad de desarrollar sus potencialidades, de un ambiente seguro para formar su personalidad, de estabilidad emocional y -en lo posible- económica. Y eso sólo es posible si empezamos a vernos como seres humanos iguales, y empezamos a evaluar nuestras capacidades en base a lo que podemos ofrecer (estabilidad, amor, cariño) y no frente a los prejuicios que tenemos. 
Las familias, como toda relación, se construyen con el tiempo, con esfuerzo y con amor. Y después de crecer en un país donde la violencia es el idioma más común, donde buscamos más problemas antes que soluciones, donde todos hemos sido criados por heterosexuales (gente normal), deberíamos probar algo diferente. Apostar porque el amor sea más importante para formar una familia, antes que los accidentes o los compromisos. Apostar por el respeto, por la solidaridad, por permitir y validar las diferentes formas de ver el mundo, mientras en el proceso no dañemos a los demás. 
Hoy no se pudo. Pero algún día. 
Debemos creer que es posible.

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