Sobre lo sagrado

Hace un tiempo llevo pensando en las cosas que son sagradas: para mi, para el mundo, para distintas tradiciones religiosas; las cosas que componen mis ritos cotidianos, que me conectan con el mundo y con la gente que amo. Los lugares que están habitados por mis vivencias, mis miedos, mis soledades... Y he llegado a la conclusión de que todos necesitamos esos espacios sagrados. Porque son las cosas que nos construyen, que nos dan un horizonte y unas raíces.
El mundo ha olvidado lo sagrado, en su afán de imponer su civilización sobre todo aquello "antiguo y obsoleto", y hemos perdido esas conexiones con lo realmente sacro, que va mas allá de cualquier religión o creencia. Aunque suene exagerado, lo comprobé subiendo al nevado, pues ¿qué lugar más sagrado que dónde nace el agua? A pesar de eso, se le insiste a los turistas para que no ensucien, y muchos rompen el silencio sobrecogedor con música estridente, y ruido, y ese aire de superioridad que nos da sentirnos dueños del mundo.
Le tememos tanto al silencio que nos permite escuchar esa voz de sensatez, que le hemos perdido el respeto a nuestra propia soledad, llenándola de connotaciones negativas, de miedo, de ruido. Pisoteamos lo sagrado de los otros, asumiendo que sus miedos, sus respetos, sus costumbres son simple superchería si no son iguales a los nuestros. Invadimos espacios, criticamos silencios, reducimos lo sagrado a algo impuesto por valores que muchas veces no alcanzamos a comprender, ni mucho menos compartir; y desoímos la voz de las cosas, de esa energía que no podemos explicar pero que percibimos con fuerza y de forma inequívoca.
Para mí lo sagrado es algo que he construido a partir de los encuentros conmigo y con el mundo. Mi familia que aún sin estar junta sigue unida por lazos más allá de la cercanía. Mis amigos que pueblan mi mundo de magia y momentos compartidos. El café que debería ser sagrado para más de una cultura, por el encuentro que permite entre quienes lo comparten. La música que me sostiene cuando el mundo parece perder el sentido y me reúne con mis otros yo que se hacen presentes en ella. Los libros que me guían y me llevan a lugares que mi espíritu reconoce, ya que hacen parte de mí cómo de todos.
El silencio, que me permite reconocer y ritualizar mi existencia, haciendo cada instante irrelevante e irrepetible.
La vida, que en este mundo tan sordo y tan ciego a ratos, necesita ser resignificada cada tanto a través de justamente esos rituales que nos atan al mundo y nos permiten sentirnos presentes y reales.
No sé para ustedes, pero para mí en este momento es imperativo volver a lo sagrado.

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