Sobre las ganas de pelear.

Estos días en mi cotidianidad, en la cotidianidad del país, se han hecho turbulentos. Ahora todos creen saber cuál es la mejor decisión para el mundo, opinando sin tener mayor idea de lo que dicen. Con muchas ganas de imponer lo que se piensa, de pelear a base de fuerza y de gritar más duro, más alto. En fin, con ganas de pelear con el otro.
Y yo también quiero opinar -no voy a negar que esta entrada es eso, y pues está cargada de toda mi subjetividad y mis puntos de vista-  y creo poder aportar algo a tanto río revuelto, así me lean pocos.
Lo primero: Me sorprende la virulencia de la gente. Más de la gente que me es querida, que ha compartido un momento de vida y de amor conmigo, y que ahora asume que enseñar en los colegios a construir una identidad y a respetar esa construcción es hacer una apología a la homosexualidad. Si en mis colegios eso hubiera estado claro, quizá yo habría podido estar más tranquila en mi infancia, y no me hubiera sentido como un bicho raro cuando jugaba fútbol con los niños del colegio, o no me habría tenido que sentir obligada a ponerme vestido para ir a una fiesta, ni me hubiera tenido que aguantar el matoneo de un niño de mi barrio sólo porque yo era como un niño más al momento de jugar (es la única vez que le he pegado a alguien en mi vida, lo que es mucho decir para la gente que me conoce) No lo sabré nunca, pero quizá si le enseñamos a los que vienen que se puede "ser" sin moldes, sin necesidad de ser barbie o ken, ningún niño o niña tendrá que pasar por lo mismo. Los padres que han visto sufrir a sus hijos por eso deben saberlo bien.
La gente no se vuelve gay o heterosexual por lo que ve en televisión, o lo que lee, o lo que escucha. Ni siquiera por cómo la crían. Quienes conocen a mi familia saben que es así: una familia absolutamente normal dónde siempre se creyó en Dios, se dictaron normas claras, y así se criaron personas honestas, trabajadoras, tranquilas. Buenas personas. Donde siempre fuimos hijas modelo, estudiantes modelo*. Lo único que hará la dichosa reforma a los manuales de convivencia será enseñarles a los que vienen detrás de nosotros que se puede ser, se puede respetar al otro sin imponerle una manera ni una visión, se puede vivir y dejar vivir. Es lo que necesitamos para construir esa paz que ya se firmó en la Habana.

Eso es lo segundo que me sorprende más aún: las ganas de boicotear un proceso que ha sido largo, sin tomarse el tiempo de leer y de conocer realmente qué es lo que va a pasar. El tratado de paz en la Habana no es el final de la guerra, sólo es el inicio de una larga tarea que tenemos pendiente como país y es el contarnos la verdad, mirarnos a los ojos y poder asumir tanto dolor, y construir sobre ese dolor una nueva historia, sin borrar ni esconder una coma de ese pasado que preferimos olvidar. La paz implica trabajo, implica negociar, implica perdonar y reconstruir lo que se ha roto. Implica buscar no culpables sino responsables, que asuman lo que hicieron y reparen a quienes dañaron. Implica entender que no hay buenos ni malos, que son muchas las víctimas de todos los lados y que todas merecen la verdad y la justicia. Bien lo decía uno de los secuestrados: qué ellos paguen años de cárcel no me devolverá a mi el tiempo perdido. Lo que yo quiero es que no vuelvan a secuestrar (perdón por parafrasear, cuando encuentre la cita exacta, la pongo por aquí)
Claro que el acuerdo necesita ser vigilado por todos. Necesita ser visto desde todas las luces. No es perfecto, ni jamás logrará que todas las partes queden contentas. Un hombre sabio dijo: Hacemos la paz con nuestros enemigos, no con nuestros amigos. Y eso, en un país que lleva toda su historia de guerra en guerra, es bastante.
Soy consciente que no cambiaré la opinión de nadie, y que la gente votará y marchará y seguirá su camino sin detenerse a ver que se lleva por delante. Pero al menos esta entrada me sirve de desahogo honesto entre tanto que pasa y sigue pasando**.

* De esa casa conservadora, amorosa y buena salí yo, una aberración para quienes no me conocen. Si me quieren conocer, soy buena gente, la verdad.
** Espero perdonen el desorden y la premura. Estoy abusando de su confianza y espero me sigan leyendo después de esto.

Comentarios

  1. Pero claro que te seguiré leyendo bella! Te mando un inmenso beso que llegue desde acá hasta el lugar en el que te encuentras en este instante!

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    1. Siempre es un regalo que me leas, y más aún que no me dejes de leer. Un abrazo enorme y un beso de regreso, a modo de recibido

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  2. Eres genial. Gracias por ser mi amiga. Por permitirme conocer a ese ser «aberrado» con el que amo invertir mi tiempo, cuando podemos.

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    1. Leo. gracias por leer y por estar, y por ser mi amigo. Nos vemos en Medellín apenas tenga vacaciones (prometido desde ya) Un abrazo

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