Sobre los tatuajes.
Quienes me conocen bien saben que me gustan mucho los tatuajes. Ya tengo dos (técnicamente tres) y la idea es hacerme uno(s) más.
El caso es que algunas personas aún tienen un montón de prejuicios sobre los tatuajes. Que son de pandilleros, o de drogadictos, o de gente irresponsable que algún día se arrepentirá de tenerlos. De adolescentes rebeldes y alternativos que se pintan el pelo de colores y se hacen crestas. Otros más piensan que son de ex-convictos. O que fue una decisión tomada a la ligera, en alguna noche de copas, o por perder una apuesta.
Y puede ser.
Pero para mí los tatuajes representan etapas, decisiones, aceptaciones. Representan algo que soy en este momento. Y cuando deje de ser esta persona que soy, serán un recordatorio de esa persona que fui. (creo que conjugué el verbo ser en todos los tiempos tolerados en una frase)
Mi experiencia personal con los tatuajes ha sido bonita y mágica, quizá por las cosas que representan para mí y porque he tratado de ir acompañada por gente que es muy importante. El primero tiene una historia curiosa que involucra a mi madre y a unos aretes que ya no uso. El segundo fue una decisión tomada un poco impulsivamente (para el primero me demoré casi dos años pensándolo, para el segundo solo me tomé tres semanas) pero que en ese momento fue vital para marcar el comienzo de un nuevo ciclo. Ambos tienen significado, y marcan hechos importantes de comienzos y finales.
Por lo general la reacción de la gente a mis tatuajes es de sorpresa: no encajo en los parámetros arriba descritos -soy una persona muy tranquila para andar en pandillas, la única vez que he estado drogada fue con anestesia y pienso todo hasta tres veces antes de hacerlo- y de admiración. Porque los diseños son bonitos -mi abuelita, después del regaño con palmada incluida, me dijo: "al menos es bonito, no como esos diablos que se pintan por ahí"- y porque mucha gente dice no tener el valor para hacerlo, o su círculo cercano se lo impide, o su trabajo.
A mi familia no le hizo mucha gracia. Aparte de los regaños de mi abuelita -cada vez que nos vemos-, he recibido regaños de mis tías, y con el último, una gran reprobación por parte de mi papá. Mi mamá en su enorme sabiduría decidió no pelear conmigo en este asunto*.
Con mis estudiantes he aprendido que entre más natural sea mi comportamiento, más fácil es para ellos y para mí superar el tema. Al principio hacia todo lo posible para que no los vieran, pero después de una charla con mi madre, entendí que no tenía sentido, porque ser buen o mal profesor es más relevante que cualquier adorno en el cuerpo. Ahora sólo los dejo estar. Si son chiquitos, a veces los miran y me dicen: "profe, tienes un tatuaje" yo asiento y sigo con mi clase. Suelen perder el interés casi al instante. Si son grandes a veces hacen preguntas, que si dolió, que por qué lo hice, o dónde. Yo no doy mayores explicaciones y sigo con mi clase. Y pasa lo mismo. Casi todos los que comentan dicen que jamás se harían uno. Y yo creo que está bien. Que cada uno es dueño de su cuerpo, y decide qué hacer con él.
Con mis amigos fue evidentemente más sencillo. Algunos tienen tatuajes también, y otros los ven bonitos e interesantes. Con ellos comparto las historias y el significado. O a veces no. A algunos no les importa.
En ocasiones con la gente nueva que conozco pasa largo tiempo antes de que los noten. Incluso meses. Algunos preguntan por qué. Otros los admiran. Otros los reprueban. A muchos ni siquiera les llama la atención.
Nos matamos por dar explicaciones que no son necesarias. Sobre todo acerca de las decisiones más profundas y radicales, esas que afectan principalmente lo que somos. Y olvidamos que los únicos que tenemos que tener las razones claras somos nosotros mismos. Los tatuajes me enseñaron a no esconder ni justificar los caminos que elegí. Me enseñaron que puedo elegir sobre mi cuerpo, sobre todo lo que pase de mi piel hacía adentro. Que mi vida no es una democracia, pero tampoco una dictadura. Que la gente puede pensar muchas cosas sobre mí a partir de cualquier gesto, cualquier palabra, cualquier tatuaje. Y que todos aprendemos cosas parecidas de formas diferentes.
No tiene que ser un tatuaje. Puede ser una expansión, o un piercing, o una escarificación. O simplemente cambiar la marca del café
O nada de lo anterior.
* Aclaración: Mi mamá no está de acuerdo con los tatuajes, pero prefiere pelear conmigo por cosas más fáciles de cambiar como mi ropa, mi pelo o mis hábitos alimenticios.
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